HiN - Internationale Zeitschrift für Humboldt-Studien (ISSN: 1617-5239)

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HiN XIII, 25 (2012)

 À propos Kehlmann Über den Autor
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Ottmar Ette

De cómicos e histéricos. Una réplica a la sátira sobre eruditos de Daniel Kehlmann

Publicado por primera vez en: Humboldt (München) XLVIII, 145 (2006), pp. 19-21.
 

Resumen

La popularidad de Alejandro de Humboldt ha cambiado profundamente dentro del último cuarto de siglo en la opinión pública de habla alemana. Prueba de esto son no sólo las encuestas televisivas sobre los alemanes más famosos, dentro de las cuales figura en estos momentos Alejandro de Humboldt, o programas de televisión sobre expediciones actuales, en los que continuamente se retoma el nombre de Humboldt; quizás la comprobación más clara de este cambio es el éxito enorme de la novela Die Vermessung der Welt de Daniel Kehlmann. Éxito que sería impensable sin el proceso esbozado más arriba. Ante este trasfondo, estudiar el gran éxito de esta pequeña novela resulta no sólo atractivo, sino además revelador. ¿De qué se trata Die Vermessung der Welt? ¿Cómo se puede explicar el »fenómeno Kehlmann« desde una distancia relativamente mayor?

Zusammenfassung

Wie stark sich im Verlauf des zurückliegenden Vierteljahrhunderts der Bekanntheitsgrad Alexander von Humboldts in der deutschsprachigen Öffentlichkeit verändert hat, zeigen nicht nur Fernsehumfragen zu den berühmtesten Deutschen, in denen Alexander von Humboldt mittlerweile figuriert, oder Fernsehserien, die über aktuelle Expeditionen berichten und auf Humboldts Namen zurückgreifen. Am deutlichsten vielleicht belegt dies der enorme Erfolg von Daniel Kehlmanns Roman Die Vermessung der Welt, der ohne die zuvor skizzierte Entwicklung nicht denkbar gewesen wäre. Es ist vor diesem Hintergrund nicht nur reizvoll, sondern aufschlußreich, sich mit dem großen Erfolg dieses kleinen Romans zu beschäftigen. Worum geht es in Die Vermessung der Welt? Und wie läßt sich das »Phänomen Kehlmann« aus etwas größerer Distanz erklären?

Abstract

In the last 25 years, Alexander von Humboldt‘s popularity has radically changed in the german-speaking public opinion. Proof of this are not only television surveys about the most famous germans - in which Alexander von Humboldt now regularly figures - or television series about contemporary expeditions, which constantly refer to Humboldt‘s name; perhaps what most clearly verifies this change is the great success of Daniel Kehlmann‘s novel Die Vermessung der Welt. Without the recent developments outlined above, this novel‘s degree of impact would have been unimaginable. To study the great success of this text against this backdrop is not only attractive, but also revealing. What is Die Vermessung der Welt really about? And how can we explain this »Kehlmann phenomenon« from a greater distance?

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Trata de la pregunta: ¿Qué significa ser alemán?, en toda la grandeza y la comicidad que siempre habrá de tener ese ser alemán, y de esa siempre presente histeria simultánea, sobre todo en la vida pública. Mi Humboldt es el ejemplo clásico de un histérico reprimido. Y la otra pregunta es: ¿Qué le hace la ciencia al mundo? Nadie podría decir sin cargo de conciencia que no queremos la ciencia. Al mismo tiempo, sin embargo, la medición ha hecho al mundo menos poético, y también menos hermoso. Y lo que le hacemos al mundo con la fisión nuclear, hace que la fuerza de la ciencia cobre naturalmente una dimensión alarmante, una dimensión que no ha sido meditada del todo.

Con estas palabras, el escritor Daniel Kehlmann, nacido en Múnich en 1975 y crecido en Viena, describía en una entrevista concedida en septiembre de 2005 el propósito de su novela La medición del mundo, aparecida pocos días antes. ¿Estamos acaso ante otra novela sobre los estados de ánimo de los alemanes? ¿Y para colmo una novela de crítica a la ciencia? En todo caso, el público reaccionó rápidamente ante ese publicitado título de la editorial Rowohlt: de forma más que histérica se vendieron montones de ejemplares, a día de hoy deben haber sobrepasado la cifra de seiscientos mil; hay ya traducciones hechas, o planeadas, en treinta idiomas. Hasta finales del año 2005, Kehlmann apareció en público en más de cuarenta ocasiones para presentar su obra: la crítica le aclamó con júbilo, a lo que siguieron incontables entrevistas. La dimensión del éxito apenas podía medirse. ¿Por qué?

En el centro de la novela se encuentran dos héroes de la ciencia alemana: Carl Friedrich Gauß, quien por sí sólo no habría “dado material suficiente para una novela”, y Alexander von Humboldt, que atrajo la atención de Kehlmann por su “involuntaria comicidad: un hombre que viste uniforme prusiano y recorre el Orinoco llevando siempre a Alemania consigo; un hombre que a pesar de toda su genialidad se caracteriza por una asombrosa carencia de sentido del humor”. La receta del éxito es por lo tanto un robusto motor de dos tiempos en lo que se refiere a la técnica narrativa: un viajero incansable y uno que jamás salió de casa; una estrella de los medios de su época y un tipo raro, temeroso de la vida pública; un explorador de campo y un teórico que conforman un programa contrastivo que el autor ejecuta con virtuosismo y amenidad a lo largo de trescientas tres páginas en la versión impresa o en cinco CD en la versión de audiolibro. No cabe duda de que Daniel Kehlmann ha conseguido dar un golpe maestro. ¿Pero ha conseguido también una obra maestra?

El joven autor, que en el momento en que escribió su obra tenía la misma edad que Alexander von Humboldt cuando partió de viaje hacia el Nuevo Mundo, nos ha presentado una sátira sobre eruditos, un género que siempre ha tenido gran popularidad entre los lectores, aunque luego caiga en el olvido con suma facilidad. ¿Estamos, pues, ante un caso de literatura de ocasión? De ningún modo. Se trata más bien de una sátira erudita con pretensiones de gran alcance. Las ventajas de dicho género son obvias: grandes figuras de la Historia son reducidas con ligereza a su condición humana-demasiado humana; los dioses de la ciencia se ven despojados de su aureola inaccesible; difíciles teóricos nos salen al paso ventilados y divertidos. Uno cree de buena gana al autor cuando dice que le resultó muy grata de escribir esta novela que depara alegrías a tantos lectores.

Este autor de éxito, querido por la crítica y por el público gracias a su habilidad para lidiar con desenfado y de manera divertida con temas complejos, conoce bien las ventajas del género. Las aprovecha desde la primera frase, cuando hace que “el más grande matemático del país” parta en septiembre de 1828 hacia Berlín, en contra de su voluntad, a fin de cumplir con la insistente invitación de Alexander von Humboldt para participar en el Congreso Alemán de Naturalistas. Hasta ahí, el dato histórico. Pero de inmediato el lector es testigo de cómo se esconde “el profesor Gauß en la cama”, se aferra a su almohada e intenta hacer desaparecer la agobiante realidad cerrando los ojos. No de otro modo nos habíamos imaginado a Gauß en la intimidad. El científico divorciado de la realidad, un hombre que en su noche de bodas continúa luchando con las fórmulas y que a pesar de todas las curvaturas del espacio no consigue hacer desaparecer la realidad.

Hablando de realidad: En ella se afanan los héroes del conocimiento en la novela de Kehlmann. Con deleite vemos en acción a esa dispar pareja de científicos que, a pesar de todo, se complementan. El mundo se les atraviesa en el camino, se cierra a la comprensión de ambos, hace que toda ciencia sea un paso hacia el vacío. Pero cuanto más les rehúye el mundo, tanto más vehemente es el intento de los científicos de medirse con él, lo que es igual a decir, de medirlo. Kehlmann echa mano aquí de una moneda gastada que ya había hecho circular Friedrich von Schiller contra Alexander von Humboldt en una carta a Christian Gottfried Körner fechada el 6 de agosto de 1797:

Sobre Alexander no tengo un verdadero juicio; pero me temo que a pesar de todos sus talentos y de su incansable actividad, jamás podrá lograr nada grande en su disciplina. [...] Es la razón desnuda y diseccionadora que siempre pretende, de manera desvergonzada, tomar las medidas a la naturaleza, esa naturaleza siempre inabarcable y digna, insondable en todos sus puntos; y lo hace con una desfachatez que no comprendo, convirtiendo en un rasero sus fórmulas, que muchas veces no son más que palabras vacías y conceptos estrechos. En fin, me parece que es un instrumento demasiado rudo para su objeto de estudio y un hombre de juicio demasiado limitado.

¿Se trata de un criterio tan erróneo como gastado, repetido miles de veces? El joven novelista, como ya se ha insinuado, está seguro de sí mismo y no se cohíbe ante los clichés. El juicio cortante de Schiller ha marcado la pauta, ya desde el título en esta quinta novela de Daniel Kehlmann. El poeta siempre permanece en el trasfondo, como cuando bosteza “disimuladamente” mientras Wilhelm von Humboldt razona sobre las “ventajas del verso blanco” en el círculo de los “clásicos”. Precisamente en ello reside el punto a partir del cual Kehlmann intenta bajar de sus pedestales a estos dos héroes de la ciencia y exponerlos a la risa liberadora de la literatura. Las líneas de Schiller, de las que Humboldt sólo se enteró varias décadas más tarde, y que dicen mucho más acerca del autor de Guillermo Tell que del de Cosmos, se dilatan en una gestualidad de superación para dar lugar a una novela en la que tanto a Humboldt como a Gauß se les hace sudar la gota gorda. Literariamente, se entiende.

Un excelente bocado, en definitiva, para alguien que sabe narrar. El autor ha dicho que le resultó fácil escribirla y que se rió mucho mientras lo hacía. Deliciosa, de hecho, es la escena en la que uno de los hombres que reman en el Orinoco le pide a Alexander von Humboldt que les cuente algo. Humboldt dice que no conoce ningún relato, porque no le gusta contar historias, pero que sí les podría “recitar el poema alemán más hermoso, traducido libremente al español”. Ya lo conocemos todos:

‘Encima de todas las cumbres hay silencio, no se siente el viento en los árboles, también las aves están calladas, y pronto estaremos muertos’.

Todos se le quedaron mirando.

Ya está, dijo Humboldt.

De ese modo se despacha y se liquida a Humboldt: el barón es, sencillamente, un redomado idiota literario. Aquí se traduce el poema de Goethe, pero no al español, sino a un lenguaje carente de toda poesía y belleza: como el que corresponde a un científico, podría pensarse. Schiller, por lo tanto, tenía razón: sólo fórmulas y palabras vacías. A diferencia de lo que sucede con el poeta, no sientes ni el más mínimo aliento poético: “en el bosque en calma / ni un ave gorjea”.

No es en ningún modo fruto del azar que se trate de una escena de traducción. Sin embargo, aquí no es el poema de Goethe la víctima de una traducción de Humboldt, sino que Humboldt es víctima de un Kehlmann que traduce incansablemente todo a clichés. Este escenario humorístico y trazado no sin cierta malicia saca a relucir algo más que la célebre máxima de traduttore traditore. Y es que esa escena de la traducción nos presenta el núcleo del método literario del propio autor, que lleva a cabo una suerte de fisión nuclear, que ocurre no sin violencia, sin brutalidad. Pero veámoslo con mayor detalle.

El nuevo libro de Daniel Kehlmann recurre a la vieja imagen existente sobre Alexander von Humboldt, una imagen que ha sido cultivada al menos desde el último tercio del siglo XIX y que predominó durante mucho tiempo. Apenas hay un lugar común que no haya sido visitado por Kehlmann y que no haya sido reforzado y llevado al extremo –con esa manera tan suya– en las entrevistas que ha concedido. ¿El Cosmos de Humboldt? “¡Absolutamente ilegible! ¡Una pesadilla de libro!” ¿La imagen humana del hombre que siempre vivió en solitario? Algo más que claro: “No entiende a los seres humanos, pero al menos se esfuerza por llegar a ellos”. ¿Los estímulos humanos del “hombre de juicio”? “Humboldt es casi incapaz de expresar sentimientos, y cuando los expresa, sólo lo hace en relación con las plantas y los animales”. ¿La ciencia de Humboldt? Kehlmann llega a decirnos que este viajero universal “no hizo ningún descubrimiento importante ni era un científico de categoría”. Y, además, “tiene esa eterna manía de medir todo, incluso cuando no es necesario”. ¿Cuál es el balance? “Ya está, dijo Humboldt”.    

Sobre Humboldt, precisamente, Kehlmann investigó con intensidad –como el autor no se cansa de enfatizar en sus entrevistas y en sus manifestaciones–. “Leyó muchísimo”, dice, “lo que no fue demasiado difícil, ya que sobre Humboldt existen infinidad de estudios que ofrecen una visión de conjunto”. No cabe duda de que esas lecturas fueron extremadamente productivas para Kehlmann: resultaría facilísimo rastrear las fuentes de los muchos clichés que ha empleado de la antigua bibliografía sobre Humboldt. Kehlmann ha dividido estos átomos que durante muchas décadas ha acarreado la bibliografía humboldtiana, los ha combinado en su novela con picardía y los ha traducido a tramas novelísticas. Ésta es la energía nuclear que lleva adelante la novela. Una transcripción en extremo eficiente, ya que no sólo hace resurgir esa vieja imagen, sino que también está al servicio de las expectativas, en mayor o menor medida difusas, a las que debemos que durante decenios, en concreto en el ámbito germanoparlante se haya excluido, no sólo desde el punto de vista de la historia de la ciencia sino también políticamente, a un Alexander von Humboldt demasiado ciudadano del mundo y amigo de Francia.

En el centro de esa calcomanía hartamente conocida está el Humboldt fracasado. Ni una palabra sobre el hecho de que el propio Humboldt siempre jugó de manera autoirónica con la idea del propio fracaso, y que lo supo poner en escena de manera sutil cuando resaltaba que no había conseguido escalar la cima del Chimborazo, ni descender a las profundidades de la cueva de Guácharo ni terminar su monumental obra de viaje. Ni una palabra se dice sobre la sensibilidad literaria con la que Humboldt concibió formas experimentales de escritura y de libros tanto en francés como en alemán. Ni una sola referencia al hecho de que la ciencia de Humboldt y su concepto de la modernidad aún podrían tener algo que ver con nosotros en la actualidad. A cambio de ello, tenemos todo un florilegio de clichés al uso, envueltos de manera excelente en papel de narrar. En el caso de Humboldt es válido lo que Kehlmann dice en relación con Gauß: “En servicio de la verdad tuve que manipular de vez en cuando la exactitud”. Todo ello unido a la esperanza de que la labor literaria hiciera que “se tornaran visibles algunas verdades silenciadas o pasadas por alto”.

¿Nos muestra el autor, en servicio de la verdad, a Humboldt y a Gauß tal y como fueron ambos realmente? Claro que sí. Es mucho lo que ha leído el autor. En las numerosas entrevistas concedidas, la sátira sobre los eruditos, con sus muchos pasajes disfrutables y su atractiva escritura, es re-estilizada como investigación entregada a la busca del verdadero Gauß y del verdadero Humboldt. Lo ficcional se entremezcla de manera lúdica hasta tal punto con una aparente facticidad que se puede fingir ante el público cierto aire de autenticidad. Mucho ha leído Kehlmann, eso es cierto, pero lamentablemente no leyó textos salidos de la pluma de Humboldt. ¿Cómo podría hacerlo? ¡Si en definitiva los escritos de Humboldt son todos ilegibles! ¡Una pesadilla! Kehlmann actuó con astucia, y se ha ahorrado tiempo recurriendo a los estudios dedicados a Humboldt (a los más anticuados, en su mayoría), los cuales le proporcionaron una buena visión de conjunto y lo abastecieron con muchas hermosas anécdotas de segunda y tercera mano. Todo esto, podríamos decirle a Kehlmann –un amante de Proust–, no es una búsqueda del tiempo pasado, del perdido, sino nada más que tiempo perdido en la búsqueda.

De ese modo, esta sátira sobre eruditos, que hace divertidas travesuras con sus figuras históricas, viste los atuendos de la novela histórica y toma en préstamo los decorados de la doble biografía. Mientras creíamos que se trataba de una ficción de la realidad, la voz del traductor de la bibliografía sobre Gauß y Humboldt nos sugiere de forma insistente que tenemos ante nuestros ojos lo que sucedió en realidad. Una sugerencia que ha tenido éxito.

Uno podría darse por satisfecho con el hecho de que nadie tenga que darle crédito a un autor que afirma de sí mismo haber desvelado una verdad oculta. Ya sería lo suficientemente negativo que una parte del público lector –algo que muchas reseñas nos dejan entrever—creyera realmente que con La medición del mundo puede echar un vistazo detrás de los bastidores y encontrar allí al auténtico, al “verdadero” sabio: ese que se aferra a su almohada en la escena inicial para no tener que viajar a Berlín. Sin embargo, una duda aún más terrible nos asalta: y es que quizás el autor real crea en verdad en lo que dice, y considere su novela una investigación con los medios de la literatura.

¿O se trata quizás tan sólo de un truco publicitario? ¿Por qué no habríamos de dejar al autor con su ilusión? En todo caso, él nos ha regalado esta novela que se consume rápido y con deleite, y que gracias a su infatigable ejercitación en el discurso indirecto nos ofrece un auténtico ejercicio del subjuntivo. La medición del mundo podría contribuir a que nos ocupemos más intensamente no sólo de las figuras de Carl Friedrich Gauß y de Alexander von Humboldt, sino también de la interacción entre la ciencia y la literatura. En definitiva, la novela no es más que el resultado de una intensa canibalización de la ciencia: una pequeña biblioteca minuciosamente examinada en busca de elementos aprovechables desde el punto de vista narrativo. Algo legítimo, sin duda.

Sin embargo, la deglución de tan gran número estudios no debería hacernos creer que podemos aprender aquí algo nuevo sobre Gauß o sobre Humboldt. E incluso diría más, los nombres propios de ambos científicos alemanes han servido solamente para cerrar un pacto biográfico con el lector: ¡Léeme, que yo cuento cosas insólitas sobre ambas vidas! Mucho mejor sería evitar la trampa en la que el propio autor ha caído: confundir los nombres con las personas, para al final, tal como lo documentan las entrevistas concedidas por Kehlmann, llegar a creer él mismo que ha hecho honor a la verdad. Pero dejemos a un lado al autor, ya que sería mucho más inteligente apropiarse del subjuntivo de Kehlmann y así devolverle a la literatura su sentido y su derecho propio. El discurso indirecto de su juego.

¿Acaso eso no significaría proteger a La medición del mundo de la presunción desmedida de su autor? ¿No sería situar en el centro de la atención al texto literario y no al autor real y sus criterios? Tal vez de esa manera podríamos dar con una medición del mundo literario por medio de un autor cuyo punto fuerte no en balde radica sobre todo en el habla subjuntiva. De hecho, se le haría un gran servicio al propio Kehlmann, teniendo en cuenta que en una entrevista reciente se ha expresado de la siguiente manera acerca de la relación entre el autor y su obra:

Debo confesarme adscrito a la idea de la modernidad clásica, según la cual el autor ha de desaparecer completamente detrás de la obra. Claro que se trata de un ideal que no puede cumplirse, ya que el mundo mediático prefiere que esto sea distinto. Pero me parece muy hermosa la idea del autor que renuncia a ser una persona pública.

La medición del mundo nos presenta a cómicos involuntarios y a histéricos reprimidos que llevan los nombres de Humboldt y Gauß y que se encontraron en septiembre de 1828 en el Congreso Alemán de Naturalistas, pero no en Berlín, sino en el universo del autor Daniel Kehlmann. Y éste, no importa si se lamenta o no, es más bien un universo encontrado, y no uno inventado, un universo medido mucho tiempo antes. Quizás, así sería de esperar, su exploración lleva a muchos lectores a ocuparse realmente de la obra y la vida de Humboldt y de Gauß. ¿No significaría un gran éxito para el libro?

Quedaría, para concluir, la gran pregunta de en qué consiste el ser alemán de estos tres alemanes. Inequívocamente, en el hecho de que el idioma que se habla en este mundo es el alemán. Si a Alexander von Humboldt le hubieran preguntado en vida sobre su alemanidad, habría recordado quizás que en cierta ocasión Wilhelm von Humboldt se había quejado de la manera en que su hermano había dejado de ser un alemán. Habría señalado sonriente que como escritor se servía lo mismo de la lengua alemana que de la francesa, del mismo modo que para él la ciencia y la literatura no estaban divorciadas la una de la otra. Al final, sin embargo, la pregunta acerca del ser alemán seguramente le habría parecido cómica y de algún modo histérica, y se habría reído con ganas de ello.

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¿Cómo citar?

Ette, Ottmar (2012): De cómicos e histéricos. Una réplica a la sátira sobre eruditos de Daniel Kehlmann. In: HiN - Humboldt im Netz. Internationale Zeitschrift für Humboldt-Studien (Potsdam - Berlin) XIII, 25, S. 41-45. Disponible en Internet: <http://www.uni-potsdam.de/u/romanistik/humboldt/hin/hin25/ette_spa.htm>

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Letzte Aktualisierung: 06 Mai 2013 | Kraft
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